Quienes hollamos las calles de Toledo hemos recibido de nuestros antepasados una herencia que no podemos sino admirar, aunque a veces nos abrume su grandeza. El abnegado esfuerzo de muchos dio frutos en forma de novelas, lienzos, piedras labradas, tradiciones orales…

Nuestro deber es continuar tan noble labor y no servirnos de ella sin aportar nada nuevo. También hay otra razón insoslayable: el amor, quiérese decir, el amor por Toledo. Todo aquello con lo que podamos contribuir para ensalzar el “dulce nombre de Toledo" no es más que una necesidad desinteresada, porque Toledo es, como la madre naturaleza, nuestra madre. Amamos Toledo y no esperamos nada a cambio.

Quienes han de venir contribuirán con sus desvelos al mismo propósito, así pues, que nadie pueda decir de nosotros que no velamos.


22/4/20

¡HASTA LA DESESPERANZA SE CANSA UN DÍA!

Nos alegra anunciar que editorial Ledoria publicará proximamente la obra Las marcas del carbón, de Consolación González Rico, precuela de la novela Una mujer de la Oretana.


Federico, un hombre a las puertas de la vejez, que acaba de perder a las dos únicas mujeres por quienes fue capaz de sentir apego, se echa al monte huyendo de sí mismo. Enfermo y gastado, evocará sus oscuros orígenes en la Garganta de las Lanchas, donde Elvira, su madre, atendía a la cuadrilla de bandoleros carlistas encabezada por Blas Romo, que allá por el año 1836 saqueaban los pueblos toledanos del valle del Gévalo. 
Recordará sus primeros años, castigados por el hambre y el frío; las quemaduras negras del carbón que marcarían su vida, cuando el hombre que vivía con su madre se lo llevó a las sierras para enseñarle el oficio; la huida del pueblo donde había nacido, el día en que su abuela y su madre ya descansaban juntas bajo el mismo montón de tierra. Su llegada a Torrecilla de los Valles y su matrimonio con la viuda Teresa, unión ventajosa por la que lograría llenar la faltriquera de cuartos, pero nunca el afecto de la esposa esquiva; el abandono de los hijos que con ella engendró…  
Y como único recuerdo indulgente, aquella tarde que, a lomos de su caballo blanco, descubriría a la bella Eloísa en el arroyo, golpeando la ropa contra las piedras, y sus destinos se unirían hasta la muerte.